20 febrero, 2015

Entorno y Personaje en una Ciudad Triste

Cómo sentimos la ciudad, en mi opinión, dependerá de los lugares por los que transitamos, en ese tránsito, la gente, el clima, la hora del día, el tipo de construcción, las experiencias vividas, el contexto histórico social, influirán en nuestra percepción. 
En los años 80, en plena Dictadura de Pinochet, aparece la novela “La ciudad esta triste”1, que muestra la realidad de esa época, a través del personaje principal: el Detective Heredia. Las vivencias de él, en su andar por sectores populares en un crudo Santiago, ligado a su personalidad y profesión, relatan una historia donde, yo creo, el protagonista no podría desarrollar su vida en el barrio alto de la capital de Chile.
En esta novela, el detective privado investiga la desaparición de una joven universitaria, los hechos están relacionados con detenidos desaparecidos y todo lo que eso implica. Heredia quiere hacer justicia y, sintonizando con su entorno, avanza por sitios oscuros, en la ciudad que él siente triste.
“Pensaba en la tristeza de la ciudad, cuando golpearon a la puerta, en las luces que esa tarde de invierno veía encenderse paulatinamente a través de la ventana y en las calles donde acostumbro a caminar sin otra compañía que mi sombra y un cigarrillo que enciendo entre las manos, reconociendo que, como la ciudad, estoy solo, esperando que el bullicio cotidiano se extinga para respirar a mi antojo, beber un par de tragos en algún bar de poca monta y regresar a mi oficina con la certeza de que lo único real es la oscuridad y el resuello de los lobos agazapados en las esquinas.” 2
Heredia, habita un departamento ubicado en Bandera con Aillavillú, en Mapocho, barrio antiguo y popular, a cuadras de la Plaza de Armas, en el centro de Santiago, lugar con alto tránsito de gente, peligroso cuando cae el sol, un barrio bravo. Visita sitios de medio pelo donde interactúan borrachos, prostitutas y tantos personajes del día y la noche. El detective privado, introvertido, solitario, melancólico y duro, no necesita adornar con flores la relación con sus amigos y mujeres.
“El “Zingaro” era lo de siempre. Un atolladero de humo, ruido y borrachos. En algunas mesas se jugaba al dominó y en otras, la mayoría, solo se tomaba. Un mesón largo unía los extremos del bar y a uno de sus costados se formaban tres o cuatro hileras de clientes que pujaban por alcanzar sus copas.
A la hora que llegué no era fácil conseguir un trago, pero tampoco venía con el ánimo de esperar demasiado. Los pies me pesaban y algo del frío de las veredas se filtraba por los hoyos de mis zapatos. Sin ninguna suavidad aproveché la ventaja de mi metro ochenta de estatura para introducirme a empujones entre los clientes. Uno de ellos trató de reclamar, pero le puse cara de malas pulgas y el tipo, luego de mirarme, prefirió guardar silencio. Le llevaba varios centímetros de ventaja y el hombre se dio cuenta”.3
La realidad de Heredia, con cierta marginalidad, se contrapone a la gente de clase alta de Santiago, que tradicionalmente han ido subiendo hacia la cordillera, al sector denominado como “barrio alto”. Ahí las ostentosas casas, los edificios nuevos, el centro comercial grande, las calles anchas, bonitas plazas y parques, todo limpio, y bien cuidado, está hecho, para que no desencajen sus habitantes recién salidos de la peluquería, luciendo ropa nueva y de marca. Si necesitan algo, lo compran. Comen y beben en lugares luminosos y pulcros. La noche que intimida no es problema, en el refugio de sus hogares nada puede pasar, es fría y lluviosa, pero, bajo un buen techo y al calor de una estufa, no se siente. Si hay horror adentro, se oculta y todo sigue siendo lindo hacia el exterior. En el tránsito del día a día no es necesario que se hagan cargo de los dolores que hay más allá de sus narices. 
Creo que el detective cambiaría su esencia si tuviera que habitar el barrio alto, su ser solitario no sería bien visto, quizás no entenderían su hablar de pocas palabras, talvez se empequeñecería sin poder entablar una plática directa y con personalidad, y con quién y de qué conversaría. Las ganancias de su actividad probablemente no le alcanzarían si tuviera que preocuparse de su imagen y vestimenta, luciendo lógico en los lugares donde todo tiene un orden, horario y alto precio.
Heredia necesita “vivir” y en una burbuja no lo soportaría, alejado del mundo popular, obligado a dedicarse a otra cosa, sintiendo desconfianza de los lugares “bonitos” y aburrimiento entre la gente que niega la realidad. Con tanto hastío y desilusión del ser humano, preferiría automarginarse y lo más probable es que llegaría a percibir Santiago, como una ciudad aún más triste. 

1 Autor: Ramón Díaz Eterovic. Primera publicación Editorial Sin Fronteras, 1987.
2 “La ciudad está triste”, pág. 9. LOM Ediciones, segunda edición, 2013.
3 “La ciudad está triste”, pág. 17. LOM Ediciones, segunda edición, 2013.