11 septiembre, 2006

Mi centro

La noche temerosa, donde cada callejón tiene dueño y los cuerpos comercian por un poco de alcohol y placer, se desvanece con el rugido del lunes, entre el olor a sopaipilla y la bocina que acelera el atrasado despertar. Sangre intoxicada circula de prisa, incluso el sábado, por calles atochadas, entre empujones, vendedores, maletines y ladrones atentos a atacar el punto cero, donde, entre acentos diferentes, a penas logro ver perderse una paloma. Desolador paisaje que cada día se hace más difícil de descubrir por las torres de espejos que crecen como maleza sin respetar la historia de antiguas viviendas apunto de derrumbarse. Ese es mi centro, que lejos de despreciarlo me llama a sentirlo, sin importar su gris rancio, estresante y bullicioso, no lo cambio. Miro hacia el cielo para descubrir cornisas, arcos y figurillas con diseños que me estremecen. Logro abstraerme del frenesí cuando me interno por callejuelas europeas que parecen detenerme en un mundo de cuentos, perdiendo el sentido del tiempo. Vuelve el pavor a mi cuerpo al ver las vitrinas asfixiadas de precios y las estructuras repletas de personas que llegaron ahí sin saber cómo, pero que en cada pasada llevan un billete menos y una bolsa más.
Un ritmo diferente se siente cuando llega el domingo, trayendo color a los edificios dormidos y limpiándolos con cantos juveniles que acompañan los malabares circenses entre árboles, Botero y las pinceladas del arte, entre libros usados, el aroma a café parisino y la hierba revoltosa que emana del verde cerro internándose en las parejas, que a escondidas, se cargan de energía. Por mi centro la monotonía avanza enrarecida cuando se trabaja, pero la vida corre libre, armónica y sin prejuicios al menos el último día de la semana.