26 septiembre, 2006

Aprendiendo de mi sangre

Hoy, mi hijo Fabián me enseñó, a propósito de lo que la tía le está pasando en la escuela, que en el apogeo del campamento minero de Sewell, llegaron a trabajar y convivir más de 15.000 personas, siendo modelo de arquitectura y manteniendo el mejor hospital de Chile, de eso solo queda el recuerdo conservado y transmitido por quienes lo habitaron. Esto me hizo pensar en la facilidad con que pasamos a llevar a personas, edificaciones, hasta pueblos, olvidamos las raíces indígenas y las tradiciones, ni siquiera somos capaces de respetarnos en el diario vivir… cuanta gente veo botando basura al suelo, si hay basureros por todos lados, o haciendo sonar las bocinas cuando solo basta esperar 2 segundos más.
A mis 44 años, es mi hijo quien viene a darme lecciones diciéndome “papá, por qué cruzamos la calle a la mitad, si hay semáforo en la esquina”, el otro día en el zoológico, me dijo: “parece que la gente no sabe leer los carteles que dicen que no hay que darle comida a los animales, todos le tiran cosas, capaz que se enfermen”, en ese instante guardé la bolsita de Natur. Ahora que lo pienso al menos le recalco a Fabián que no se siente en el suelo del metro, que esté atento a dar el asiento y que no se avergüence de su apellido mapuche, como yo lo hacía hasta hace poco.
Parece que es parte de nuestra idiosincrasia o es que nos falta educación, sin duda que teniendo un patrón correcto y educando al respecto las cosas serían muy distintas.

Recorre Sewell...