27 julio, 2006

Mi vida con ellas

Mi vida con ellas, sí, es el nombre de un álbum doble de Fito Páez, y un buen título que refleja la historia que he compartido con mis chicas desde los primeros años de colegio hasta ahora, años en que avanzamos en el aprendizaje y el conocimiento, y no lo digo por las clases, sino por el crecer juntas, sin importarnos el camino que ha amasado cada una, por rutas entre montañas o sendas de rosas. Cada mujer tiene su propia historia de recuerdos y yo los míos que hacen de mi vida con ellas un manjar del que no puedo privarme.

Diminutas éramos cuando, tímidamente, en Compañía de María, nos aferrábamos a nuestra tía, que llena de afecto nos enseñaba a dar los primeros pasos como alumnas, alertándonos de los peligros de correr desesperadas hacia los juegos, para luego consolarnos y curar las heridas del porrazo necesario, empujones, y acusaciones injustas que terminaban en inspectoría. El quiosco del patio nos esperaba cada recreo, llegando con ansiedad extrema para ser atendidas lo antes posible y así no desperdiciar ni un minuto las naciones, el tombo o el elástico, en una disputa de equipos interrumpida por el timbre, ruido molesto que no era razón suficiente para dejar la competencia y volver a la negra pizarra, que de tanto borrarla, se convirtió en blanca.
Pasillos azules nos vieron pasar año tras año guardando secretos de amores adolescentes traídos de otros rincones, ya que en los nuestros solo había uniformes femeninos “apingüinados”. Por salas bulliciosas desfilaron un sin fin de maestros, amigos y enemigos, que de una u otra manera marcaron nuestra vida estudiantil, por salas silenciosas el Dios nos bendecía cada mañana traspasando el círculo que nuestras manos formaba, bendiciones que se extendían durante los retiros junto al sol, la playa, el llanto y el silencio, sellándonos como inseparables.
¡Que garra se apoderaba del curso para salir victorioso en los aniversarios!, sin importar ridículos, ensayos y peleas, tal vez la ansiedad de esperar el lento baile que cerraba la fiesta al final de la semana, baile que se repetía en el rancho al terminar la jornada de pintorescos stand.
Consejos de curso, aprendiendo el sentido del respeto, la organización y la responsabilidad, daban paso a rifas, campañas y recolección de monedas para fines diversos; sesiones con ansiosas jóvenes generaron el paseo de la discordia al sur trasandino, viaje inolvidable que nos llevó a recorrer hermosos paisajes en un minúsculo bus, donde se escuchaba casi únicamente la voz del Sol con 20 años y uno que otro chiste.
Jóvenes, a un paso de cambiar el rumbo, participamos en distintos rituales de despedida, caminando a través de pilares y arcos de gladiolos junto a nuestros progenitores, que nos acompañaron también en un vals con taco, vestido rococó y maquillaje recargado, dejándonos en manos de varones inexpertos en una forzada cena formal, casi romántica, que cerraba la diaria convivencia en nuestro paso por el colegio.
La separación lógica no fue impedimento para mantenernos informadas de las rupturas, nuevos amores, proyectos inconclusos, titulaciones, actividades y trabajos en las más diversas áreas, opciones que poco a poco nos han ido convirtiendo en adultas.
Muchas desaparecieron sin dejar rastro, las que seguimos en la ruta hemos sido espectadoras de ángeles que descienden una vez en la vida y caminan brillando hacia el altar para aferrarse al príncipe azul en una noche mágica. Cada cierto tiempo pequeños parecidos a mis chicas revolotean transformándose en seres autónomos, seres que desconocen las lágrimas derramadas, que se han mezclado con las mías, por los caballeros enterrados que dejaron dagas clavadas en nuestros pechos, pechos enfermos que han intentado recuperar su esplendor tras noches de alcohol, cigarrillo y eternas conversas solo interrumpidas por los rayos del sol sobre nuestros luceros hinchados.
La trayectoria ha sido larga e inolvidable, con pérdidas dolorosas y ganancias enriquecedoras, afectos mantenidos a través de los años, a pesar del tiempo ausente y el avanzar acelerado del reloj. Miro al frente y sigo sin miedo porque, aunque a veces el bosque se convierte en tierra árida, veo sus corazones alimentando mi avanzar y pronto el desierto florece ante mis ojos.

Al celebrar los 10 años desde que salimos del colegio, fuimos pocas las que compartimos ese día especial, hagamos el esfuerzo para que seamos muchas más este año.
DICIEMBRE 2006, 15 AÑOS FUERA DEL COLEGIO.
CELEBRACIÓN: 14 de octubre, 20:00 hrs., edificio Don Bernardo